¿Unión Solidaria? No gracias
Llevo bastante tiempo tratando de hacer pedagogía con los míos y siempre que puedo trato de exponer ante mi familia y amigos las razones por las que defiendo el matrimonio homosexual. Las mismas pueden resumirse en una premisa sencilla: igualdad ante la ley.
Como es costumbre, el congreso me decepcionó durante esta semana y para ser sincero no me esperaba menos de aquella alguna vez digna institución. Pero una cosa llamó especialmente mi atención durante este trance; unas declaraciones del congresista Tubino en las que justificaba su voto en contra y explicaba cómo las necesidades legales que promovía la Unión Civil también se ven cubiertas por el proyecto de Ley de la señora Martha Chávez con la única diferencia de que no se ven cubiertas por un 'aura matrimonial'.
Aquello me llevó a pensar en la naturaleza del matrimonio, el del tipo civil para ser más exactos pues es el que nos atañe. Esa costumbre ancestral a la que hoy conocemos por dicho nombre y que no es más que un rito social mediante el cual nosotros, animales gregarios, proyectamos nuestra personalidad y nuestras aspiraciones hacia el entorno que nos rodea. Un acontecimiento lleno de simbolismos -muy bonitos por cierto- en el que dos individuos que se aman y ya comparten su vida deciden presentarse en sociedad y celebrar con ella su intención de perpetuar su unión. La sociedad que los acoge por su parte no hace más que celebrar la decisión de aquellos individuos y prepara el reconocimiento en el ordenamiento legal que rige la vida en común.
Es una lastima que en nuestras sociedades, la 'voluntad general' siga creyendo que debe establecer los parámetros por la que la vida de los individuos han de regirse, incluso en aspectos tan íntimos como la elección de con quién casarse. La inquisidora 'voluntad general' no está dispuesta a tener como frontera el espacio vital del individuo en el que sus acciones solo tienen efectos relevantes sobre él. La sociedad en la que vivimos advierte que quienes no se rijan por las convenciones y los actuales parámetros de normalidad -por cierto frutos de algo tan subjetivo como la religión- no tendrán el reconocimiento ni mucho menos los parabienes que ello implica.
Para bien o para mal yo encajo en su normalidad. Y un día podré mirar emocionado a la mujer que ame y decirle lo guapa que está. Podré girarme hacia donde estén sentados los invitados y observar a mi padres sonriendo envueltos en un torbellino de orgullo y de nostalgia. Podré besarla mientras todos aplauden, acariciarle el rostro y enorgullecerme de aquella persona con la que decida compartir mi vida. Podremos ser ella y yo ante todos los demás. Entonces me pregunto: ¿por qué negarle todo esto a los homosexuales? ¿por qué iba a creer que un homosexual no es digno de algo tan bonito? Luego no me queda más que avergonzarme del congreso y de mi propio entorno pues esta institución no es más que la exacta representación de este país, en el que se calcan todas sus miserias y sus escasos aciertos. Y en el que gente como el señor Tubino y la señora Chávez hablan de los derechos civiles como quien habla de mercadería barata y llaman a conformarse con su 'generosa' oferta.
Que nadie baje los brazos y mucho menos se desanime. Que los días amargos no sean más que un recordatorio de lo duro que es buscar justicia. A ustedes peruanas y peruanos creyentes en nuestra igual legal vengo a recordarles que que nada que valga la pena es fácil de alcanzar.