Pecar como Gabo
El sol no se tapa con un dedo, ni aquí ni en Cuba ni en Venezuela.
La Habana era una fiesta, la revolución había triunfado y no había quien no tuviese ganas de celebrarlo. Durante la década del sesenta aquella tierra prometida que empezaba a hacer realidad el sueño del socialismo invitaba a muchos a ser testigos presenciales de lo que ocurría, muchos acudieron al llamado, entre ellos decenas de emocionados intelectuales de izquierda que llegaban a tomar notas y describir las maravillas de la revolución. Pero aquel éxtasis inicial se vería desbaratado cuando la bestia del autoritarismo empezó a asomar la cabeza y terminó desilusionando a muchos, a aquellos que prefirieron no negar lo evidente y recular ante la decepción.
La divisoria de aguas entre los intelectuales fue sin duda el 'Caso Padilla'. Era 1971 cuando el poeta Heberto Padilla fue encarcelado y acusado de realizar actividades subversivas, ¿su delito? criticar entre lineas a la revolución en su poemario Fuera de Juego, el mismo que había sido premiado con reservas con el Julián del Casal en 1968 en lo que parecía ser una muestra de tolerancia de la revolución. El poeta fue obligado a participar en un humillante acto en el que debía retractarse de lo escrito y a firmar un documento en el que se dejaba constancia de ello. Las reacciones no se hicieron esperar y un grupo de intelectuales entre los que se encontraban figuras como Vargas Llosa, Simone de Beauvoir, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Pier Paolo Pasolini, Sartre y Juan Rulfo enviaron un carta a Fidel Castro haciéndole conocer su protesta y su indignación. Aquella carta incluía la firma de Gabo, que luego resultaría no ser suya. Resulta que entre los firmantes también se encontraba el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, quien se tomó la licencia de firmar en nombre de su gran amigo, pues lo había buscado por cielo y tierra sin éxito para que se sume a la causa, aún así firmó en su nombre creyendo que 'estaba interpretando exactamente su pensamiento'. Se llevó una sorpresa cuando Gabo le escribió pidiendo rectificación pues él no estaba de acuerdo con dicha carta. Gabriel García Márquez no sentía que hubiese nada por lo que reclamar, Gabriel seguiría apoyando fervorosamente la revolución hasta el final de sus días, aún cuando la violación de los derechos humanos era evidente y se tenía que negociar la liberación de presos políticos con su mediación. El genio se empeñó en la defensa de lo que él creía era la 'independencia y la dignidad de Latinoamérica'.
La historia se repite
La defensa del régimen autoritario venezolano ha caído en la ceguera y lastimosamente no es algo reciente. Muchos se empecinaban ya en defender un régimen presidido por Hugo Chávez en el que se cerraban medios de comunicación críticos con el gobierno y se oía a la entonces presidenta del Tribunal Supremo de Venezuela Luisa Estella Morales decir sin vergüenza que 'la separación de poderes solo debilita al Estado'. Aquella Venezuela ya se había sumido en una espiral de violencia que la colocaba entre uno de los países más violentos del mundo; la corrupción campeaba y el alto precio del petroleo maquillaba un imprudente manejo económico que dirigía silenciosamente al país hacia el abismo en el que hoy se encuentra.
Hoy la cosas han empeorado y bajo el régimen de Maduro el país más rico de Latinoamérica empieza a hundirse en la miseria, la inflación se ha disparado y la escasez de bienes de primera necesidad golpea a nuestros hermanos venezolanos. El autoritarismo no ha dado tregua y las violaciones contra los derechos fundamentales son flagrantes, Leopoldo López no goza de un debido proceso y Antonio Ledezma acaba de ser detenido de manera arbitraria bajo una acusación delirante. Y a pesar de todo, aún quedan necios que se mantienen firmes en su defensa, algunos blandiendo como buenamente pueden el argumento de que nos referimos a un gobierno democráticamente elegido, como si la democracia no constase de nada más que echar una papeleta a una ánfora cada cierto número de años, dando por supuesto claro está que las últimas elecciones fueron totalmente limpias.
Siempre he creído que los juicios de lo contemporáneo no son fáciles de hacer, que el pasar del tiempo termina siendo un elemento que dota de densidad a la realidad, que con el correr del tiempo las verdades van posándose en el fondo del panorama y son entonces incontestables. Irremediablemente la historia juzgará y entonces caerán muchas caras de vergüenza; y de no hacerlo por llevar la ceguera hasta el final de los días, no escaparán sus nombres al juicio de los que vengan.